Yo amo a los pájaros, pero más aún los admiro por las mañanas, después de una noche de tormenta cuando suelo ver destruidos sus nidos en las veredas de la plaza.
Si alguna vez aparecen nubes en tu horizonte no tengas miedo y busca en ellas las oportunidades que cada día te brinda la vida.
Suena la campana y ella recuerda que es, que está. Levanta los ojos de lo que está haciendo y mira alrededor como si lo descubriera, con mirada de turista recién llegada.
Y así, a veces recordamos por ejemplo lo que sentimos ante un atardecer hace muchos años, pero no recordamos nada de aquel atardecer. Nada. Todo ha desaparecido menos la emoción.
Hay tristezas que son como el cauce de los ríos, se deslizan suaves y bajan por tu vida sin detenerse ante los obstáculos, para luego desembocar en las playas de tu futura alegría.
Se aman los ocasos porque se desvanecen. Se aman las flores porque son efímeras. En el rostro cansado de un viejo amigo, leemos largos viajes más que regresos.
¿Qué es la vida? Es el brillo de una luciérnaga en la noche. Es el hálito de un búfalo en invierno. Es la breve sombra que atraviesa la hierba y se pierde en el ocaso.
Continúa simpatizando con la vida aún cuando el sol no brille.
Hay días absurdos, tediosos, grises, que a última hora inesperadamente nos sorprenden con un crepúsculo espectacular. De estos días, podría decirse que, paradójicamente, su muerte los salva.